miércoles, 29 de mayo de 2013

Tres meses

Casi sin darme cuenta, ya había pasado un trimestre. Eso significó dos cosas: el embarazo empecé, poco a poco, a sentirte mejor; en lo laboral, me fui al paro. 

Pero este paro era un paro en cierta forma de broma, porque era algo esperado, ya que como os comenté, a finales del año anterior nos modificaron el contrato de forma que pasamos a trabajar 9 meses al año, como fijos discontinuos. A no ser que pasase alguna cosa extraña, en julio me debía reincorporar al trabajo.

Así que, como buena chica que soy, dejé mi trabajo listo, cerré todas las tareas pendientes que pude y dejé una lista con las cosas que no había podido terminar, para que mis compañeros no se encontrasen ningún problema por mi culpa. Recogí mis bártulos y dejé bien ordenadita mi mesa. Y proferí las más grandes amenazas si a mi vuelta me encontraba manga por hombro todo o me habían desaparecido mis rotuladores. Me despedí de mis compañeros y me fui para casa.

Tenía por delante tres meses sin agobios de calor ni mosquitos, ni peticiones de informes urgentes de última hora los viernes media hora antes de salir, ni hordas de niños hiperexcitados porque han salido de las cuatro paredes del colegio y les han llevado de excursión.

Tres meses sin mis compañeros que, aunque un poco despistados, en ocasiones grandilocuentes y bastante cabezones, eran unos trabajadores incansables, divertidos y buenos.

Tres meses para descansar y preparar el nido. Para dedicarme a mi y al ente que crecía en mí. 


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