Mi Party, #LAPARTY

Si una cosa saqué en claro de este fin de semana pasado es que tengo que superar este bajón bloguero que me persigue desde hace unos meses. El síndrome de la hoja en blanco debe quedar atrás. Especialmente después de conocer en persona a tantas #malasmadres maravillosas. Y eso se lo debo al blog. 

No fue esta mi primera desvirtualización. La primera fue el año pasado, en Barcelona y fue taaaan positiva que cuando se puso a la venta las entradas no me lo dudé. Bueno, miento, dude un poco, que una es #malamadre pero tiene su corazoncito y dejar 3 días a mi Peque, pesa.

Todo empezó el miércoles, mientras hacía la maleta. Último repaso al atuendo, más que nada para comprobar que me entraba. Pero ya no pensé en nada más y el jueves,  ya en el tren,  caí en la cuenta de que me había olvidado: el bolso, los pendientes, la colonia, la espuma para el pelo...

El viernes todo empezó a precipitarse. ¿Qué tal si quedamos? ¡Claro! Por la noche, entre los nervios y el cansancio (mira que es dura la vida de estudiante) no pude dormir hasta pasadas las 3 de la madrugada. ¡Ni que fuera una adolescente!

Un poco quizás sí lo fuí, porque el sábado me escapé antes de clase para no llegar tarde al vermú.

Fue un vermú inolvidable, lleno de risas,  momentos de confidencias, historias y anécdotas, con y sin niños, interrupciones y fenómenos fan que hizo que se nos pasara el tiempo volando. Pasaron 4 horas pero me pareció solo 15 minutos. Como ocurre cuando te reencuentras con una buena amiga a la que hace tiempo que no ves. Y entonces te das cuenta que no has parado de reír. Y las dudas (¿qué vas a hacer tú en una fiesta en la que no conoces a nadie?) desaparecieron. Gracias Almu, María José, Noe, Vero, Nuria, Noni y, como no, Arusca (si no llegas venir,  voy yo a buscarte,  ya te lo dije).

Y llegó la hora de #LAPARTY29M. A pesar de ser alérgica al rosa, he reconocer que todo estaba precioso, con mucho gusto. Los stands,  la banda,  la decoración,  todo encajaba y nada desentonaba. 

Pero, sin duda, lo mejor de la noche fue ir (re)conociendo a esas personas (y me vais a permitir que aquí no ponga nombres, porque temo dejarme a alguien) con las que has manteniendo conversaciones a altas horas de la madrugada, has compartido vivencias a través unas palabras en tu/su blog o te has embarcado en un proyecto editorial casi sin darte cuenta. 

Y hablas, un poco con unas, algo más con otras, pero siempre menos de lo que te gustaría; a otras a penas te da tiempo a saludar antes de que un ascensor os separe y luego,  a pesar de buscarla con la mirada,  no la vuelves a encontrar; a otras las reconoces sin dudar y a otras no las conoces pero decides en ese momento que eso no puede quedar así. A otras ciento no llegarás nunca a saber quién son.

Cuando decides que ya es hora de irte, porque al día siguiente tienes un tren que no debes perder por nada del mundo, recuerdas que es el día de la final, que estás en la capital, a una hora caminando de tu alojamiento. Y ese momento en el que te rodean todas preocupadas porque estés solita esperando un taxi que parece que no llegará nunca, hace que pienses "¡malasmadres, pero sólo el nombre!"

Pero sin duda,  lo mejor del fin de semana fue cuando cierta personita, al verme aparecer en la estación, corrió hacía mí y sonrió.